PAPACCHINI, ANGELO
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M?s que en el sufrimiento y en la muerte, el mal hunde sus ra?ces en la violencia. Por ello, fracasan los intentos de justificarla apelando a ideales sublimes o a la necesidad de utilizarla para enfrentar la violencia. Torturar a un hombre para fines superiores sigue siendo torturar a un hombre. Ello no condena, sin embargo, a la v?ctima a padecer pasivamente las arremetidas del agresor, puesto que la defensa de la dignidad justifica en algunos casos el uso de la fuerza. Este tratado analiza la violencia religiosa, terrorista, nacionalista y amorosa, as? como la carga agresiva latente en el amor por la divinidad, la naci?n, la pareja o la humanidad. Son tambi?n examinados t?picos de ?tica p?blica como la justicia transicional, la eutanasia y el aborto. El autor defiende la eutanasia voluntaria y la autonom?a de la mujer en el caso del aborto, sin desconocer la complejidad moral de una pr?ctica que compromete una vida parcialmente ajena. En el caso de la justicia transicional, las dudas acerca del aparato ideol?gico utilizado para justificarla no desestiman la posibilidad de recortar en casos excepcionales la justicia penal, apelando, sin embargo, a los principios incluidos en el pacto social, m?s que a temas ajenos a una concepci?n laica del Estado. Los ?ltimos cap?tulos analizan las pr?cticas violentas desplegadas contra los sujetos m?s vulnerables, las minor?as y la mujer. El texto estudia de manera org?nica las diferentes facetas de la conducta violenta, aprovechando los aportes de disciplinas como la filosof?a, la historia, el derecho, la teor?a pol?tica y la literatura. Podr? ser, por ende, aprovechado por magistrados, investigadores, docentes, estudiantes y, en general, por un p?blico interesado en comprender una realidad inquietante que nos afecta a todos.
A diferencia de la enfermedad, del sufrimiento y de la muerte, la violencia representa lo que es malo de manera incondicional y absoluta. Allí se encuentra la raíz del mal propiamente humano. Por ello fracasan los intentos de justificarla apelando a nobles ideales, a la necesidad de enfrentar la violencia con la violencia, o a su ineludible presencia a lo largo de la historia. Torturar a un hombre para fines superiores sigue siendo simple y llanamente torturar a un hombre. Ello no condena sin embargo a la víctima a padecer pasivamente las arremetidas del agresor. Por el contrario, la defensa de la dignidad justifica en algunos casos el recurso a la fuerza, y en casos extremos al poder disuasivo de las armas. La defensa de la licitud moral de la fuerza representa así una alternativa a la aceptación pasiva de la agresión y al recurso a la violencia para enfrentarla.