GARCÍA, KEVIN ALEXIS
U$ 13,33 12,58 €
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Una ma?ana de agosto de 2007 lleg? a mis manos un paquete con cinco novelas que ser?an presentadas en la Feria del Libro Pac?fico. Deb?a escribir un art?culo para el peri?dico La Palabra anunciando sus lanzamientos y, adicionalmente, rese?ar una de las obras. Toda selecci?n es por naturaleza un acto de exclusi?n, deb?a escoger la novela que por sus calidades literarias mereciera el destaque especial.Entre el paquete sobresal?a un volumen de 410 p?ginas, de autor?a de un escritor del Caribe llamado Roberto Burgos Cantor. De entrada llam? mi atenci?n que la obra no hiciera concesiones con las convenciones del mercado editorial: doblaba en extensi?n a sus compa?eras, situaci?n que la pon?a en desventaja para su rese?a en los medios, ya que demandaba mucho m?s tiempo su lectura. Se llamaba La ceiba de la memoria, y en su tapa, sobre un fondo azul, reposaba un par de manos negras, acompa?adas de otras dos manos blancas. Ambas luc?an unidas por una cadena delgada, con las u?as cuidadosamente embellecidas. M?s adelante, comprender?a, por el sentido de aquella composici?n, que el dise?ador no hab?a le?do la obra.?
Una mañana de agosto de 2007 llegó a mis manos un paquete con cinco novelas que serían presentadas en la Feria del Libro Pacífico. Debía escribir un artículo para el periódico La Palabra anunciando sus lanzamientos y, adicionalmente, reseñar una de las obras. Toda selección es por naturaleza un acto de exclusión, debía escoger la novela que por sus calidades literarias mereciera el destaque especial.Entre el paquete sobresalía un volumen de 410 páginas, de autoría de un escritor del Caribe llamado Roberto Burgos Cantor. De entrada llamó mi atención que la obra no hiciera concesiones con las convenciones del mercado editorial: doblaba en extensión a sus compañeras, situación que la ponía en desventaja para su reseña en los medios, ya que demandaba mucho más tiempo su lectura. Se llamaba La ceiba de la memoria, y en su tapa, sobre un fondo azul, reposaba un par de manos negras, acompañadas de otras dos manos blancas. Ambas lucían unidas por una cadena delgada, con las uñas cuidadosamente embellecidas. Más adelante, comprendería, por el sentido de aquella composición, que el diseñador no había leído la obra.