THIONG'O, NGUGI WA
U$ 28,97 25,97 €
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La gran novela africana por el firme candidato al premio Nobel que aprenderás a pronunciar: Ngugi wa Thiong'o. Exiliado de su Kenia natal desde hace más de veinticinco años, Ngugi wa Thiong'o, uno de los escritores africanos más importantes de la actualidad, sitúa esta historia en la imaginaria República Libre de Aburiria. El soberano, dictador inamovible, semidiós y genial estadista, ejerce su poder a capricho sobre todo un país y se regocija en la contemplación de las encarnizadas luchas entre súbditos y ministros para gozar de su favor. El pueblo, sometido a la injusticia y el terror, deberá recurrir a la subversión para tratar de derrocar desde abajo el régimen del tirano. Cualquier arma es útil. Incluso la magia. Corrosiva, humorística y terrible, esta tragicomedia se vale de la rica tradición cuentística africana para analizar con agudeza la dramática realidad poscolonial del continente. El brujo del cuervo moldea las historias de los poderosos y de la gente corriente en un mosaico deslumbrante y confirma el alcance de la sorprendente obra de Ngugi wa Thiong'o. La crítica ha dicho...
u00abUna cáustica sátira social y política de la corrupción de la sociedad africana con un toque de realismo mágico, o, tal vez, de magia realista.u00bb
Publishers Weekly u00abUna magistral narración de realismo mágico sobre la historia del África del siglo XX. Indiscutiblemente: una obra maestra.u00bb
Scotland on Sunday u00abAmbicioso, cáustico y apasionado.u00bb
New Yorker u00abLa fuerza de El brujo del cuervo se manifiesta en el asombroso laberinto con que comienza cada capítulo, en la ambiciosa combinación de sátira, realismo social e imaginación sobrenatural.u00bb
Harper's Magazine u00abUna traviesa y alucinante sátira sobre un dictador.u00bb
Sunday Times u00abA lo largo de su intensa trayectoria, Ngugi ha formado parte de las paradigmáticas cuestiones y dilemas del escritor africano contemporáneo, tocando la situación política, social, racial y lingüística... El relato es fantástico.u00bb
John Updike, The New Yorker