SANTOFIMIO GAMBOA, JAIME ORLANDO
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Durante más de mil años el papa de Roma fue la última instancia legitimadora de todo el orbe cristiano. Su sola autoridad era capaz de deponer a emperadores y reyes; de permitir o prohibir matrimonios; de ordenar o detener guerras; de legitimar o prohibir ideas e instituciones; de recaudar gravámenes fiscales en toda la cristiandad; de acumular un capital que permitía financiar las deudas de los reinos o de modificar el calendario. Los titulares del trono papal no solían ejercer ese inmenso poder temporal en consonancia con los principios morales de los textos evangélicos, sino que su comportamiento ético era tan poco ejemplar como el de los reyes y nobles de su época.